Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los na-
dies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto
la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la
buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en
lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los na-
dies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se le-
vanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de
escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la
Liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica
Roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.
La primera vez que leí Las Venas abiertas de América Latina, el mismo año que entré en la universidad, quedé rápidamente fascinado. Fascinado por la propia historia de persecución y censura del libro, y fascinado también por el modo punzante y combativo con que se narraba la epopeya del continente. Cualidades ambas que encajaban muy bien con la idea de una Latinoamérica refugio último del mito y las causas perdidas… más mitificadas cuanto más perdidas.
Sólo tres años después abominaba de él por historicista y maniqueo. De exaltarlo pasé a considerarlo una obra escrita para convencidos, para creyentes, y por lo tanto muy mermada de rigor histórico (esto último es objetivamente cierto). Y hace unos meses, cuando sobre la mano tendida de Obama Hugo Chávez depositó orgulloso el libro de Galeano, comprendí con algo de pena que la sombra de sus defectos doctrinarios era, en efecto, muy alargada. Cuento esto porque quizá sea, grosso modo, la manera en que ha evolucionado la opinión de muchos, incluso muchos situados en posiciones de izquierda.
Personalmente, y a pesar de este desencanto, Eduardo Galeano me sigue pareciendo un estupendo narrador y un poeta más que aceptable. Cuando no cae en el victimismo ni en el sentimentalismo sus cuentos y poemas son desgarradores y detallan historias cuyo trasfondo social haríamos bien en no olvidar. Como historiador amateur no sobrevivirá más décadas de las que sobreviva el populismo, pero como escritor con notables cualidades artísticas, creo que sí lo hará.
Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.